Este martes 13 me va a dar suerte

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«Este martes 13 me va a dar suerte, estoy seguro de que hoy sí voy a pasar la prueba. Va por ti», dijo Currito de la Luz mientras ataba fuerte sus zapatillas de ballet mirando fijamente la fotografía de su abuelo. En ese mismo instante sonó su nombre por la megafonía del Teatro Real.

Había sido un largo viaje hasta llegar donde ahora se encontraba. Un viaje que le había desgastado físicamente, pero que sobretodo le había marcado su forma de sentir, de pensar y de vivir.

Todo comenzó hacía tres años en n barrio de las afueras de Damasco. Ahmed, un joven sirio amante del ballet clásico y del flamenco, sobrevivió al impacto de un obús en su casa; sus padres y hermanos, no. Su abuelo Tareq se hizo cargo de él.

Debido a los continuos episodios de violencia que les rodeaban, abuelo y nieto decidieron salir del país y dirigirse rumbo a España, donde tenían algunos familiares; también porque Ahmed creía que tendría posibilidades para realizar su gran sueño: ser bailarín de la Compañía Nacional de Danza en el Teatro Real de Madrid. Incluso tenía decidido su nombre artístico, que era un homenaje a su cantaor de flamenco favorito: Currito de la Luz.

Pese a que sabían que iba a ser un viaje muy duro, ni abuelo ni nieto estaban preparados para la odisea que esperaba a aquellos refugiados sirios a través de una Europa egoísta y malvada, que negaba oportunidades de futuro a quienes huían de su país de origen para evitar una muerte segura.

Atravesaron a pie Turquí y llegaron a Grecia, donde fueron confinados en un campo de concentración durante meses. Con los últimos ahorros del abuelo contactaron con una mafia de tráfico de personas, que les embarcó en una patera. En pleno Mar Jónico quedaron a la deriva, totalmente abandonados a su suerte. Por fortuna, apareció el buque de rescate «Astral», que acudió en sus auxilio y los trasladó hasta el puerto de Barcelona.

En el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de la ciudad condal no es que recibieran buen trato, más bien al contrario, haciendo cada vez más mella en los ánimos de Ahmed y su abuelo.

Cuando menos lo esperaban, la fortuna apareció en sus vidas en forma de baile: un cazatalentos observó a Ahmed en uno de sus bailes en las Ramblas barcelonesas, con los que sacaba algo de dinero para sobrevivir.

«Oye chico, que bien bailas, ¿Cómo te llamas?», le preguntó tras acabar uno de los fragmentos de «El lago de los cisnes».

«Me llamo Currito de la Luz, señor, y quiero ser bailarín»

«Por lo que he visto, ya eres bailarín, y de los buenos, sin duda. Si me dejas, te voy a dar la oportunidad que necesitas», el cazatalentos mostraba seguridad en sus afirmaciones.

Dicho y hecho, realizaron todos los papeleos y se fijó la fecha para su participación en un famoso «talent show» televisivo. Su elegancia, su sensibilidad, su técnica perfecta y su pasión en la danza, le convirtió en uno de los favoritos de dicho programa, llegando a la final y, lo más importante, le consiguió una prueba para la Compañía Nacional de Danza.

Pero la dicha no pudo ser completa. El mismo día de la prueba, el abuelo Tareq enfermó gravemente, y aunque Ahmed acudió a hacer la prueba, estaba completamente desquiciado y fuera de sí, realizando una prueba nefasta.

De camino al hospital, lloró desesperado por la oportunidad perdida. Unas lágrimas que se tornaron en amargura al llegar al centro hospitalario y conocer la muerte de su abuelo.

«Ay abuelo, has pasado tantas penurias por mí, me has entregado tu vida entera, y yo ni tan siquiera he podido acompañarte en tu último adiós».

Recogiendo las cosas de su abuelo en la habitación hospitalaria, encontró una nota pegada al inseparable cuaderno de notas de éste: «Mi muy querido Ahmed, quiero que sepas que estoy muy orgulloso del hombre en que te has convertido. Sigue luchando por tu sueño y piensa que siempre voy a estar contigo. Si me quieres ver, tan solo hace falta que mires a las estrellas. Y no olvides hacer ese «Currito de la Luz» cada día más grande».

Jamás le había mostrado el abuelo aprecio al tema del baile, siempre había sobrellevado con quejas esa afición de su nieto. Ahmed pensaba que le reprobaba por ello, por eso, en estas últimas palabras encontró la forma de sacar fuerzas del dolor y esperanza de la tristeza.

De modo que, aunque fue muy complicado, no paró hasta lograr una nueva prueba en el Teatro Real. Y hoy era el gran día, su última oportunidad.

Currito de la Luz, con la foto de sus abuelo en la cintura, bailó un «Cascanueces» apoteósico, una interpretación que aún se recuerda por su perfección. El recuerdo de su abuelo, también el de sus padres y hermanos, guio tanto sus pies como sus alma, suponiendo el inicio de la carrera profesional de uno de los más afamados bailares de la danza contemporánea

El pinta arcoiris

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El «pinta-arcoiris» vivía en un país gris negruzco, en una comarca gris guijarro, en una ciudad gris hormigón, en un barrio gris pardo y en una casa gris granito, llena de gente gris musgo.  Él mismo era totalmente gris. Un buen día, por casualidad, se convirtió en un transgresor del orden establecido: en la tienda de pinturas a la que acudió para hacer unos arreglos en su gris casa, se había agotado la pintura gris, de modo que se vió obligado a comprar pintura de otros colores que nadie quería. ¿Cual de ellos? No sabía, de modo que compró uno de cada.

Al salir a la calle se le cayeron las pinturas, y al intentar limpiarlo le salió, por causalidad, un arcoiris. Para colomo de males, se aproximaba por la acera su vecino. Sintió temor de que se burlara de él al comprobar que aquello no era de color gris. Contra todo pronóstico, al vecino, bien por mimetismo o por lo que fuera, se le puso una gran sonrisa de colores de arcoiris en la cara. Ese hombre, un «malafollá» de toda la vida, pareción feliz por unos momentos. Igual ocurrió con su vecina del 5º Izquierda, con los gemelos de la casa de enfrente, e incluso con el señor farmaceútico, tan serio él.

Esto le animó. «Es posible que esté haciendo algo bien, algo diferente, algo revolucionario incluso, que hace que la gente sea más feliz», se dijo, aunque aún no estaba plenamente convencido de ello. De modo que, armado con su fe inquebrantable, se fue hasta el barrio cercano para pintar más arcoris, no por casualidad en esta ocasión. «Arcoirear» lo llamó. Y resulta que las reacciones de la gente fueron espectaculares, con caras de alegría, sonrisa e incluso risas por doquier.»Ahora sí que sí», se dijo y a continuación comenzó a pintar arcoiris por el resto de la ciudad, por la comarca y por todo el país.

Desde entonces no aparece por casa, pero nadie se preocupa por ello: su familia sabe que está bien, tan solo tiene que mirar al cielo cuando llueve.@afm

Antonio / Francisco

antonio-haciendo-familia-con-el-futbol-salaLlegados a este punto me gustaría presentaros algunos aspectos de mi vida. Vine al mundo en la ciudada de Baza hace cuarenta y pico años. Como soy de familia emigrante, he dado muchas vueltas por el mundo y por la vida, hasta volver al punto de partida para rehacer familia, trabajo y sueños.  Licenciado en ciencias políticas, administración y sociología, trabajo de administrativo en un centro educativo, aunque por encima de todo me considero un luchador por «causas complicadas, imposibles, perdidas», ya sean de aquí y de allá, sociales, políticas, culturales o del tipo que sean. Yo me he propuesto «encontrar» esas causas, hacerlas asequibles, convertirlas en posibles, y a ello dedico buena parte de  mi vida.

Una faceta de mi que me encanta es la de «papi», con mis hijos e hijas. El mayor 16 años, la menor solo 4 añitos. No bien he acabado de quitar pañales cuando me veo enfrentándome a los problemas adolescentes, con lo que mi cabeza va del cielo al suelo en cuestión de segundos. «Que me cambia ekl carácter muy a menudo» me dicen amigos y familiares ¡Ay si ellos supieran! Y es que eso de echarnos a dormir dos en la cama de matrimonio y que a medianoche seamos ya cuato (en ocasiones cinco) en tan reducido espacio, es de las cuestiones que forma carácter.

A todo esto no os he hablado de mi nombre, de mis nombres. Me llamo Antonio Francisco, Antonio por el abuelo materno, Francisco por el abuelo paterno. A mi desde zagal me preocupaba aquello de que una parte de mi familia me llamara de una manera , y la otra parte, pues de otra. No me extraña que en el cole la maestra me amonestara por falta de atención en oacasiones ¿A quién se refiere usted al Antonio o al Francisco? La excepción que cumplía la regla era mi madre: el «Antonio Francisco» completo y en un tono anormalmente elevado era el preludio de una zapatilla voladora. Ni que decir tiene que mis hijos e hijas tienen un solo nombre (y sus dos apellidos , claro está).