Hay relaciones de amor que se miden en función de los años que dura la pareja, otras en los hijos e hijas que tienen en común a lo largo del tiempo juntos, e incluso las hay que lo hacen en base a los bienes que consiguen durante su convivencia. La nuestra fue especial hasta en ese particular: una relación medida en número de kilómetros.
Nos conocimos en el concesionario de coches. Era la época de la burbuja inmobiliaria, eran los años locos en los que las entidades bancarias daban el dinero que se les pedía y mucho más, como si no hubiera un mañana. Pisos, chalets, coches, etc… todo estaba al alcance, el dinero corría, había crédito de sobra. El sueño duró poco, la burbuja se pinchó, el grifo del crédito se cerró, llegaron los embargos y desahucios, pero esa es otra historia.
El caso es que el vendedor de coches, bendito celestino, nos citó para decidir quién se adjudicaba el último Volkswagen Golf TDI Full Equip de color rojo que les quedaba, y que ambos habíamos pedido. No nos conocíamos de nada, pero el chispazo eléctrico que nos sacudió a ambos al rozarnos para entrar en la oficina fue premonitorio de la más bonita historia de amor que hubiésemos podido imaginar. Ese día tú ganaste el sorteo, sin embargo la suerte fue mía puesto que acabé la jornada con novia y coche nuevos.
Los primeros mil kilómetros los hicimos en una escapada romántica hacia Lloret de Mar. Tú no conocías la Costa Brava y yo me pasé cinco años allí trabajando de camarero en bares de la zona. Las calas de Boadella y de Rajols fueron testigos del inicio de nuestro amor.
El cuentakilómetros marcó 23.527 en el preciso instante en el que llegamos a tu piso para llevar allí mis pertenencias ¡Por fin íbamos a vivir juntos!
Poco tardamos en aumentar nuestra pequeña unidad familiar. «¿Hijos? No por Dios», ambos lo teníamos claro. Zasca, un gran labrador inglés de color negro, fue testigo del paso del kilómetro 44.444 al 44.445 cuando lo recogimos en la sede de la asociación protectora de perros abandonados.
La cifra mágica de 100.000 kilómetros en nuestro Golf rojo tuvo como marco de excepción la parisina plaza de Trocadero. Nuestros labios unidos en la parte más alta de la torre Eiffel marcaron la cima de una historia de amor perfecta. «Te quiero infinito» me dijiste mientras una estrella fugaz iluminaba el Campo de Marte bajo nuestros pies. Tú eras la tinta y yo la pluma, escribiendo juntos la novela de nuestras vidas.
La primera orden de embargo nos llegó a los 121.758, coincidiendo con una mala racha. Yo sin trabajo el último año y medio, tu dando clases particulares de Física y Química a cada vez menos alumnos. Las desgracias nunca vienen solas: nuestras discusiones fueron en aumento, al mismo ritmo que los avisos del banco por los impagos de las letras del coche.
Hoy estamos en la puerta del concesionario, sentados en el coche cuyas llaves estás a punto de entregar. Acabo de sacar todas mis pertenencias y doscientos cincuenta gramos de corazón, para ponerlos en la acera. 131.313 es la última cifra que ha relampagueado en el salpicadero.
«¿Por qué?», pregunto mirándote a los ojos.
Tú respondes con la mirada fija en el horizonte «Ay amor, me he cansado de las novelas; ahora prefiero los microrrelatos».