GRITO CON TODAS MIS FUERZAS CUANDO PASA EL TREN

Desde zagalillo me ha gustado ver pasar los trenes. Al principio me mantenía alejado de las vías, observando a distancia su grandiosidad; poco a poco me fui acercando más. El paso de locomotoras y vagones me producía esa sensación mezcla de fascinación y de temor, esas mariposillas en el estómago que temía y que buscaba a partes iguales.

Gritar al pasar el tren Baza Antonio Fco MartínezMuy a menudo en la estación de Baza, en ocasiones en el cruce de San Marcos, otras en el paso a nivel de la carretera de Caniles, siempre uno de los mejores momentos del día. Me encantaba mirar esos vagones a toda velocidad delante de mí y ver los rostros fugaces que intuía pegados a las ventanas. ¿Qué historia tendría cada una de esas personas que entraban y salían de mi vida con celeridad? Yo fantaseaba imaginando los relatos de lo que les podría acontecer: persecuciones de policías y ladrones, viajes fantásticos para buscar tesoros extraordinarios, o uno muy recurrente de marchar fuera para encontrar el trabajo que aquí no había y volver en tren convertido en un rico hombre de negocios ¡Ay la imaginación infantil!

A veces buscaba en la descarga ruidosa, metálica y contundente, la evasión ante una nueva bronca en casa. El ruido ensordecedor me hacía olvidar, las tremendas ráfagas por la velocidad me despejaban. Un día descubrí algo más. Las ganas de gritar por rabia que sentía en aquellas situaciones feas en mi casa, y que reprimía por pudor o vergüenza de hacerlo en público, encontraron el paso del tren la salida perfecta: podía gritar cuanto quisiera, con todas las fuerzas que permitieran mi garganta y mis pulmones, el estrépito de aquel caballo de metal y humo lo engullía todo.

Recuerdo que la última vez que grité en la estación no hubo ruido ferroviario alguno. Agarrado a la mano de mi abuelo, con las orejas y la nariz heladas de frío y con el corazoncillo ardiendo latiendo a mil por hora, solo escuchaba  voces de protesta y el crujido de traviesas arrancadas en las vías. Era el 31 de diciembre de 1984 y alguien, desde un cómodo despacho en Madrid, nos quitaba el tren y, a la vez, segaba de cuajo una parte de mi vida.

Desde entonces, mira que han transcurrido años, no pasa ni un solo día en el que no luche por la vuelta del tren a nuestra tierra. Y hay algo más. Cuando viajo, suelo buscar la estación del ferrocarril o las vías, y grito con todas mis fuerzas cuando pasa el tren.

@Texto inédito del relato original de Antonio Fco. Martínez