La leyenda del caño de la calle del Agua de Baza

leyenda del caño de la calle del agua baza antonio fco martínez

– «Cuidado señora, que la van a atropellar»-
Uff, por un pelo, el coche que subía por la calle del Agua hacia el centro de la ciudad no se esperaba que aquella mujer, que miraba hacia arriba, fuese a cruzar la calzada justo en el instante en que ambos de entrecruzaban. Girar el volante a la derecha milagrosamene, dar una sonora pitada y soltar algún que otro improperio, se sucedieron consecutivamente.
– «Cielo santo, no me esperaba que me fuese a salir un coche por la parte de abajo. ¡y encima se pone a pitarme el pedazo de…..»- dijo aquella mujer, de unos sesenta años de edad, al joven que acababa de sujetarle por el brazo y, probablemente, salvarle la vida.
– «Es que la circulación va hacia arriba de la calle, hasta llegar a la plaza San Francisco. Hace un par de años cambiaron el sentido de la marcha»- respondió el joven mientras volvía a reunirse con sus amigos, sentados en corro a la sombra de la estatua de Cid Hiaya.
– «Vaya, no lo sabía, hace años que no venía a Baza y toda esta zona está muy cambiada para mí»- la mujer miraba a su alrededor con cara de sorpresa- «Muchas gracias por haberme salvado. Por cierto, ¿qué hacéis sentados en el suelo, si no es mucho preguntar?»-
Una joven del grupo tomo la iniciativa. «Somos estudiantes de Bachillerato y estamos haciendo un trabajo que nos han mandado en el instituto sobre esta parte de la ciudad. Como no tenemos mucha información al respecto, estamos decidiendo si hacemos un montaje gráfico o una presentación multimedia»-
– «Anda, pues yo soy nacida y criada aquí mismo, en la Puerta Salomón. Hace muchos años, muchos más de los que tenéis vosotros, mi familia tuvo que emigrar. Y hoy es la primera vez que he podido volver»- la voz de la señora se entrecortaba por la emoción. «-De pequeña me contaron una historia sobre este caño, que si queréis, os la puedo contar para que tengáis más material con el que trabajar».
Sin esperar señal de aprobación alguna, comenzó su narración:
«Este caño es de inicios del siglo XX, como otros muchos que se hicieron en el casco urbano de Baza tras la construcción de los depósitos de agua municipales. Pero su emplazamiento en este mismo lugar no es algo casual, sino que tiene una importante razón, basada en la leyenda del Caño de la Calle del Agua. Pues bien, según cuenta la leyenda, la Baza decimonónica era una ciudad cuya población lo estaba pasando muy mal a causa de las epidemias, el hambre y la pobreza. Buena parte de sus calles eran foco de infecciones e insalubridad. Sin ir más lejos, esta misma calle era una gran rambla que cruzaba la localidad de norte a sur y en la que se vertían aguas fecales, basuras, porquería de todo tipo… En la época con más incidencia del cólera, con la enfermedad y la muerte cebándose en las familias más pobres, un médico bastetano llamado Don José venía todas las tardes al caer el sol a este mismo punto para tratar de disuadir a quienes pretendían echar más suciedad a la rambla, cambiando su basura por agua saludable, que él mismo transportaba en grandes toneles desde un pozo de su propiedad. Así un día tras otro, llevándose los desechos y trayendo agua potable. Tardó muchos meses, chocando con la dejadez de muchos, con la incultura de casi todos, pero consiguió cambiar los hábitos higiénicos de estos barrios y se notó, vaya si se notó.
Un día Don José no acudió a su cita vespertina, por lo que buena parte del vecindario se quedó esperando con sus cacharros para el agua en la mano. Cuando su ausencia encadenó toda una semana, algunos vecinos acudieron a su domicilio, encontrando muerto al facultativo, víctima del mismo cólera que él había prevenido a tantas y tantas personas. Junto a su cadáver hallaron una nota manuscrita con instrucciones precisas para el traslado del agua desde el pozo y el transporte de los deshechos hasta un vertedero en las afueras de la ciudad. Más allá del entierro multitudinario del bueno de Don José, quedó su legado y el esfuerzo solidario que realizaron en el vecindario para continuar con su labor durante mucho tiempo después, rotándose por semanas y familias. Cuando con el paso de los años el Ayuntamiento acometió el cubrimiento de la rambla, la construcción de unos depósitos de agua potable y la distribución de caños de agua por los barrios de la ciudad, uno de los primeros lugares elegidos fue éste».
-«Bueno, pues esta es la leyenda que me contaron a mí de zagalilla, y que yo os he trasmitido lo mejor que he podido. Espero que os sirva».
-«Guau, qué bueno señora, lo he grabado todo con mi Iphone. Esto lo va a petar en las redes sociales»- la joven se había venido arriba y tuvo que parar al comprobar que la mujer no le comprendía del todo. «Quiero decir que muchas gracias, que nos va a salir un buen trabajo gracias a su ayuda».
@»La leyenda del caño de la Calle del Agua de Baza» es un relato inédito original de Antonio Fco Martínez

Yo creo en los Reyes Magos

yo creo en los reyes magos relato antonio fco martínez

Creo en los Reyes Magos, que en la noche del 5 al 6 de Enero vienen cargados de regalos
Creo en el Ratón Pérez, que coge de debajo de la almohada los dientes que se han caído y deja en su lugar un pequeño obsequio
Creo en el Ángel de la Guarda, dulce compañía, que no nos deja solos ni de noche ni de día (y además, yo tengo tres)
Creo en el karma, cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma (grande Jorge Drexler)
Creo que quien juega con la lumbre se hace pipí en la cama y que no hay que mentir si no quieres que te crezca la nariz
Creo en SuperLópez, en Spideman, en Superman, en WonderWoman y en todo tipo de superhéroes que nos den vidilla frente a una realidad gris
Creo en la Bruja Piruja y en el Mago Abracadabra, en el Yeti y en el monstruo del Lago Ness, en las hadas y en los duendes
Creo en los espíritus del bosque, de las montañas, del mar y de los ríos, creo en la Madre Naturaleza
Creo en el Más Allá y en el Más Acá, en las naves ardiendo más allá de Orión y en las lágrimas que se pierden como gotas de agua en la lluvia
Creo que a buen hambre no hay pan duro, que querer siempre es poder, que a grandes males grandes remedios, que al mal tiempo hay que poner buena cara y que ande yo caliente ríase la gente
Creo en la magia, en la imaginación, en la ilusión y en el tremendo poder de una sonrisa
Si creo en todo esto, ¡¡¡como no voy a creer que es posible la vuelta del Tren y de la Dama de Baza!!!
@Texto inédito del relato original de Antonio Fco. Martínez

 

EL RELOJ DE LA ANTIGUA ESTACIÓN DE TREN

el reloj de la antigua estación de tren de baza antonio fco martínez
El viejo jefe de la estación de tren me llamó muy nervioso, con una mezcla entre emoción, preocupación y asombro:
– Antonio, no te lo vas a creer, el reloj de la antigua estación, que lleva décadas parado, se ha puesto de nuevo en marcha esta mañana sin que nadie le tocara ¡Pero si incluso está en hora!
– Amigo mío, eso va a ser que ha comenzado a marcar la cuenta atrás para la vuelta del tren a nuestra tierra.

Los ojos de esa niña

los ojos de esa niña

Te escribo esta carta sin conocerte de nada, con muchas posibilidades que jamás la leas, pero con el anhelo que ojalá lo hicieras y te llegara a reconfortar, al menos un poco. Te acabo de ver en la televisión, tu padre ha matado a tu madre y tú estás ahí, en primera fila, portada en unos medios de comunicación cada vez más sensacionalistas, menos humanos. Me he fijado sobretodo en tus ojos, unos ojos inexpresivos, sin vida, vacíos del todo, como a quien todo han arrebatado. Podría entender unos ojos llenos de rabia por lo que acabas de sufrir, incluso unos ojos que reflejaran miedo, pero no es así, y tu inexpresividad me da una pista del suplicio que habéis tenido que sufrir tu madre y tú durante mucho tiempo, demasiado tiempo. El monstruo en tu propia casa.
Que sepas que esta vida está llena de buena gente, de buenas personas que se implican por los demás para ofrecerles su ayuda desinteresada, y sé que te costará creerme porque tú has tenido la desgracia de padecer a una de esas otras personas, pocas, que en lugar de echarle huevos a la vida y tirar palante, solo saben escupir su odio, su resentimiento y sus frustraciones a los más débiles, casi siempre a quienes están más cerca, y creen que les pueden (mal) tratar como una propiedad que les pertenece para hacer con ella lo que les da la gana. Tú no has hecho nada malo, tu madre tampoco lo hizo, el maldito maltratador y asesino sí que lo ha hecho y pagará por ello. Tú te mereces que la vida te muestre la cara amable que hasta ahora te ha negado, tú te mereces la oportunidad de ser feliz, si ello fuera posible.
Me gustaría decirte que lo que has sufrido ha sido el último caso de la maldita Violencia Machista, y que ya no habrás más sufrimiento por esta causa a mujeres, niñas y niños. Ojalá que así fuera, mucha gente está haciendo todo lo posible para ello, y yo también. Me gustaría decirte que no estás sola, que tienes el abrazo y el cariño de mucha gente, el mío también, y que te enviamos toda la fuerza del mundo. Ojalá te sirva.
@antoniofranciscomartínezlópez

Ten mucho cuidao, ¿vale?

ten mucho cuidaoEra una de las frases que más me decía mi abuela, al igual que ha sido (y sigue siendo) la expresión que más me ha repetido mi madre, tantas como veces he entrado y salido de casa, he realizado cualquier viaje o he emprendido algún tipo de actividad. Para colmo, fue sacarme el carnet de conducir y empezar a coger el coche, y se multiplicaron exponencialmente esos «Niño, ten mucho cuidado, ¿vale?», en sus diferentes tiempos verbales, o sea, «Ten cuidado» de cara el futuro inmediato, o la versión «Habrás tenido cuidado» una vez consumada la vuelta.
Este mantra, esta frase a medias entre el llamamiento a la precaución y a la protección, se usaba a modo de bendición, tras cuya pronunciación hacía que el sujeto destinatario (o sea, yo) me mantuviera bajo un mágico influjo, sano y salvo frente a cualquier eventualidad. Y además, llevaba un ritual aparejado y de cumplimiento obligatorio: «Eh, eh, no tan deprisa. Ven acá pacá que te vea. Vaya pelos ¿Dónde vas? ¿Con quién? ¿No vendrás muy tarde, verdad? Bueno, ten mucho cuidao ¿vale?»
Cuando ha ido pasando el tiempo y he tenido hijos/as, me he sorprendido a mí mismo repitiendo algunos usos y costumbres con los que me crié desde zagalillo, incluyendo este icónico «Ten mucho cuidao ¿vale?», por supuesto. A las más pequeñas, como una advertencia obligatoria y con grito incorporado. A los mayores, con ese carácter protector y casi como un ruego.
Hace tres meses, dos semanas y día, mi hijo mayor salió de casa para hacer una pequeña ruta. Yo estaba haciendo cuentas y apenas pude escuchar un «Adiós papá, me voy», seguido del ruido de la puerta de la calle al cerrarse. Cuando reaccioné, salí corriendo a la calle a despedirlo, pero ya no lo vi. Me quedé con una sensación rara, algo que se fue convirtiendo en un resquemor insoportable conforme iban pasando las horas de la madrugada, mi hijo no volvía y su teléfono móvil repetía el puñetero mensaje «El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura». Yo no lo decía, pero en mi foro interno pensaba «Se fue y yo ni le dije «ten cuidao», hay que jo…».
Sin apenas dar ni una cabezada en toda la noche, pude distinguir que amanecía cuando en la pantalla de mi móvil comenzó a parpadear un número desconocido.
-«Papá, soy yo, te llamo desde el teléfono de Rafa, que el mío se ha quedado sin batería. Hemos perdido el autobús de vuelta y nos hemos tenido más remedio que quedarnos aquí en la playa toda la noche. ¿Puede venir a por nosotros?
En aquel momento le hubiera soltado los improperios y barbaridades que se acumulaban en mi mente, pero lo único que acerté a balbucear fue: «Quedaros ahí, hijo, ahora mismo cojo el coche y voy a por vosotros»
Lo último que oí antes de colgar fue «Papá, ten mucho cuidao, ¿vale?»
@Texto inédito original de Antonio Fco. Martínez López

La leyenda de Cascamorras y el Caño Valero de Baza

leyenda de cascamorras y caño valero de baza antonio fco martínezLa leyenda de Cascamorras y el Caño Valero de Baza
«Hay que ver toda la vida bregando. Yo no sé qué necesidad tengo de esto ahora. Todavía cuando eran pequeñas pues no había otra que echar las higadillas trabajando para sacarlas adelante, para eso las había parido yo, ¿pero ahora también lo mismo con sus hijos? Yo ya no estoy para estos trotes. Mira tú tanta ganas que tenías de jubilarte, ¿para esto? Y además, todavía si se lo agradecieran mínimamente a una, pero qué va, todo es un «abuela dame esto», «abuela cómprame aquello», «abuela vamos pacá», «abuela vamos pallá», y a sacarme los morros con un enfado del copón si no les concedo el caprichico de turno. Si al menos no chillaran ni se pelearan tanto….Lo peor de todo es que soy tonta perdía, que les quiero tanto que no puedo pasar sin ellos…. ni ellos sin mí».
La abuela iba farfullando en una jerga poco audible, mucho menos comprensible, conforme cruzaba el paso de peatones junto a la rotonda del ferrocarril. A su lado, sus nietas y nietos que no paraban de chincharse mutuamente, mientras que a la abuela se la llevaban los demonios. Acaban de salir del parque de la Alameda y subían hacia la casa de la modista de la Cuesta de la Paz, para recoger las faldas de volantes para la Feria de las dos más pequeñas.
– «Abuela, tengo hambre»
– «Abuela, tengo sed»
– «Abuela, estoy mu cansá, no puedo dar ni un paso más»
La retahíla era la misma cada vez que comenzaban a andar, como esa gota de un grifo roto que siempre acaba cayendo, como esa mosca que sigue zumbando en el oído por muchas veces que se la espante con la mano. Pero la abuela iba preparada. Se detuvieron en la sombra de una morera grande, junto al pilar del Caño Valero, y comenzó a sacar paquetes de pan de pipa de aquel bolso mágico en el que llevaba de todo, más parecido al del gato cósmico Doraemon que a cualquier otra cosa.
– «¿Queréis que mientras merendáis os lea una historia del Cascamorras?»-
– «Siiii»- respondieron al unísono; les encantaba que su abuela les contara cuentos e historias.
La abuela se puso sus gafas y sacó de su bolso un pequeño cuaderno
– «Pues resulta que este caño de agua en el que estamos se llama Caño Valero. Toda la vida ha estado justo ahí enfrente, al otro lado de la calle, pero debido a las obras que hicieron hace muchos años lo trasladaron a este lado»
– «Jo abuela, qué rollo ¿No ibas a contar una historia de Cascamorras?»
– «Vaya tela, vaya tela. Mira que no me tenéis ni chispica de paciencia. Que sí, que ya mismo aparece. A ver por dónde iba. Ah, sí, sigo leyendo. Este es el Caño Valero y en él tiene mucho que ver el Cascamorras.
Hace muchos años nuestra fiesta no tenía la popularidad ni el prestigio, ni el seguimiento que tiene ahora. Bueno, es que ahora somos Fiesta de Interés Turístico Internacional, ¡al nivel de las Fallas de Valencia o de los Carnavales de Cádiz! Hace años había mucha menos gente en el Cascamorras, aunque la pasión y la devoción eran la misma o más que ahora.
El año en concreto al que me voy a referir, fue designado para interpretar el papel de Juan Pedernal un albañil llamado Manuel, que era nacido y criado en el barrio de las cuevas de Guadix. Era una persona honrada y trabajadora que no había tenido suerte en los duros años de la posguerra. Varios negocios que había puesto en marcha se habían ido a pique por una razón u otra. Para colmo, cuando por fin comenzaba a levantar cabeza y había logrado casarse con Teresa, su novia de toda la vida, su primer hijo nació con una grave enfermedad. Padre y madre recorrieron todos los médicos y especialistas, hasta en Granada y Jaén. Gastaron todo lo que tenían, mucho más aún, pero nadie lograba sanar a su hijo, que se iba apagando a pasos agigantados, hasta que finalmente murió. A consecuencia de todo ello, su esposa enfermó gravemente y no tardó en llegar su fatal desenlace. Manuel sintió enloquecer, el dolor, la rabia y el rencor se apoderaron de sus entrañas hasta el punto de llevarle a vivir una vida de excesos y abandono; no creía en nada ni en nadie, no se quería ni a sí mismo. Cuando tocó fondo, cuando el infierno se había abierto bajo sus pies, cuando nadie daba ni un duro por su pellejo, ocurrió lo inesperado: un día mientras estaba tirado en la calle saliendo de una sus habituales borracheras, escuchó como una abuela contaba la historia de Cascamorras a sus nietos, y se impresionó sobremanera cuando la Virgen gritó «Ten Piedad». De repente lo vio claro, lo había tenido siempre delante de él, pero el victimismo y el odio tan grande que sentía no le dejaban verlo. Desde ese preciso momento se propuso ser él Cascamorras, como forma de honrar a su mujer y su hijo, como forma también de apaciguar los demonios que le devoraban por dentro.
Y Manuel lo consiguió. Ese 6 de septiembre iba a ser su gran día. En una jornada resplandeciente, el paraje de Las Arrodeas aguardaba su llegada. Pero Manuel no estaba bien, de hecho, él también estaba muy enfermo. «Algo feo en su sangre» le había sentenciado el médico. Tuvo varios desfallecimientos los días previos, que ocultó a todos para que nadie le apartara de su meta. Comenzó la carrera con fiebre, pero a base de corazón y ganas fue superando los primeros tramos. A la altura de la Plaza de Toros tuvo que pararse, no podía más, aunque consiguió seguir corriendo, tambaleándose. Poco antes del paso a nivel de la vía del ferrocarril cayó de bruces; estaba ardiendo por la fiebre y sin fuerzas para levantarse. Cerró los ojos y las lágrimas chorrearon por sus mejillas al sentir que todo acababa en ese momento. De repente, sintió como una mano suave le cogía la cabeza y de daba de beber algo que le supo a gloria. Abrió los ojos y creyó ver ante él a su mujer y a su hijo, que habían venido como ángeles a salvarle. Hay quien cree que fue la mismísima Virgen de la Piedad quien salvó al Cascamorras. Otros sin embargo afirman que fue una vecina del barrio quien acudió en auxilio de aquel desdichado. Sea como fuere, el caso es que Manuel consiguió ponerse en pie y fue llevado en volandas por la comitiva cascamorrera hasta la mismísima Iglesia de la Merced. Una vez en el templo, una vez aseado y vestido con su traje de gala, pidió que lo dejaran solo un momento en el camarín. Se sentó frente a la Piedaica y pudo ver con nitidez junto a su rostro, los de su hijo y su mujer. «Ya voy», les dijo, y murió con la única sonrisa que dibujaron sus labios en los últimos años.
Al año siguiente, por suscripción popular, construyeron un caño de agua en el mismo lugar en el que cayó Manuel, justo por encima de la vía del tren, como homenaje a él y a todos los que interpretan cada año el papel de Cascamorras».
-Y yo , cada vez que bebo agua aquí, recuerdo esta leyenda. ¿Qué os ha parecido la historia?- La abuela se quitó las gafas y levantó la vista del cuaderno, para comprobar que toda su cuadrilla se había quedado dormida.
@Texto original e inédito de Antonio Fco. Martínez, y dibujo de Lucía M.M.

Demasiado pronto, demasiado tarde

DEMASIADO PRONTO, DEMASIADO TARDE
Él llegó demasiado pronto. Para ella fue demasiado tarde y no pudo escapar.
Él vino cargado con todos sus complejos, inseguridades, traumas, celos. Ella permaneció en el sitio donde había sido confinada por él y por la sociedad, haciendo las tareas domésticas, ocupándose de los hijos, también de los padres.
Él buscó donde descargar su odio, rencor, mala leche, y encontró en ella la víctima más débil. Ella trató de oponerse, trató de proteger a sus hijos y a ella misma, pero poco pudo hacer frente a la fuerza bruta.
Él la culpaba a ella de su mala suerte, de tener un mal trabajo, de haberlo cargado muy pronto de hijos, de no tener la buena vida de sus amigos, de haber tenido que echarse a la bebida y al juego para intentar olvida el dolor tan grande que ella le causaba. Todo era culpa de ella.
Ella se culpaba a sí misma de haber aguantado tanto una situación tan cruel para toda la familia, sobretodo para ella misma. Era la culpable de haber aguantado demasiado, buscando en aquellos ojos una muestra del amor que la enamoró, pero lo único que vió fue más y más ira. Ella fue culpable de creer que lo valiente era seguir allí
Él le fue quitando su vida en vida. Ella no pudo, tampoco supo oponerse a ello, tan solo maquilló su mala vida como cubría los moratones en la cara.
Esta última vez, él llegó demasiado pronto, pero ni ella ni los niños estaban; sí que estaba la Policía esperándolo. Ella se fue demasiado tarde, pero se fue, encontró al fin las manos y las palabras que la ayudaran, y ahora está dando sus primeros pasos, muy lejos aún, para intentar acercarse a eso que llamamos «Felicidad».
@Texto inédito original de Antonio Fco. Martínezdemasiado pronto demasiado tarde