GRITO CON TODAS MIS FUERZAS CUANDO PASA EL TREN

Desde zagalillo me ha gustado ver pasar los trenes. Al principio me mantenía alejado de las vías, observando a distancia su grandiosidad; poco a poco me fui acercando más. El paso de locomotoras y vagones me producía esa sensación mezcla de fascinación y de temor, esas mariposillas en el estómago que temía y que buscaba a partes iguales.

Gritar al pasar el tren Baza Antonio Fco MartínezMuy a menudo en la estación de Baza, en ocasiones en el cruce de San Marcos, otras en el paso a nivel de la carretera de Caniles, siempre uno de los mejores momentos del día. Me encantaba mirar esos vagones a toda velocidad delante de mí y ver los rostros fugaces que intuía pegados a las ventanas. ¿Qué historia tendría cada una de esas personas que entraban y salían de mi vida con celeridad? Yo fantaseaba imaginando los relatos de lo que les podría acontecer: persecuciones de policías y ladrones, viajes fantásticos para buscar tesoros extraordinarios, o uno muy recurrente de marchar fuera para encontrar el trabajo que aquí no había y volver en tren convertido en un rico hombre de negocios ¡Ay la imaginación infantil!

A veces buscaba en la descarga ruidosa, metálica y contundente, la evasión ante una nueva bronca en casa. El ruido ensordecedor me hacía olvidar, las tremendas ráfagas por la velocidad me despejaban. Un día descubrí algo más. Las ganas de gritar por rabia que sentía en aquellas situaciones feas en mi casa, y que reprimía por pudor o vergüenza de hacerlo en público, encontraron el paso del tren la salida perfecta: podía gritar cuanto quisiera, con todas las fuerzas que permitieran mi garganta y mis pulmones, el estrépito de aquel caballo de metal y humo lo engullía todo.

Recuerdo que la última vez que grité en la estación no hubo ruido ferroviario alguno. Agarrado a la mano de mi abuelo, con las orejas y la nariz heladas de frío y con el corazoncillo ardiendo latiendo a mil por hora, solo escuchaba  voces de protesta y el crujido de traviesas arrancadas en las vías. Era el 31 de diciembre de 1984 y alguien, desde un cómodo despacho en Madrid, nos quitaba el tren y, a la vez, segaba de cuajo una parte de mi vida.

Desde entonces, mira que han transcurrido años, no pasa ni un solo día en el que no luche por la vuelta del tren a nuestra tierra. Y hay algo más. Cuando viajo, suelo buscar la estación del ferrocarril o las vías, y grito con todas mis fuerzas cuando pasa el tren.

@Texto inédito del relato original de Antonio Fco. Martínez

Una pesetica para la «Cara de Dios» de Baza

La Cara de Dios de Baza

Diariamente paso por calles del centro histórico de Baza, como es el caso de la Calle Mesto. Tengo un recuerdo recurrente cada vez que paso por este punto en concreto, frente a la iglesia de San Juan, y hoy he decidido contárselo a mis hijos/as:

Mis abuelos vivían junto a la Cava Alta, en el Callejón de Angulo, donde conviví con ellos mucho tiempo, creciendo al amparo de la Alcazaba. Cada día bajaba con mi abuela Antonia a la plaza de abastos, en la calle Zapatería, pasando delante de «la Cara de Dios». En esta parte de la casa que hace esquina entre las calles Mesto y Boliche, tras la reja, la hojas de la ventana abiertas mostraban un pequeño santuario con distintos elementos de la imaginería religiosa como velas, flores, crucifijos… y ocupando la parte central un cuadro con «la cara de Dios». En el alféizar de la ventana había una pequeña rendija donde la gente depositaba monedas, supongo que para el mantenimiento de la imagen. Mi abuela le tenía mucha fe, de modo que cuando pasábamos me daba «una pesetica» para que se la echara en aquella hendidura, aunque en fechas señaladas, como el Viernes Santo o el día de la Virgen de la Piedad, me daba «un duro» para tal menester.
Mi abuela decía que aquella imagen de Dios velaba por nosotros, pero yo no lo comprendía del todo, hasta que un día a mi abuelo le dio un infarto, la primera vez que tenía un susto grave de salud. Montada en la ambulancia que los bajaría a ambos hasta el hospital, mi abuela me dio 10 duros para que se los echara a la imagen. «Nos tiene que ayudar a salir de esta», me dijo. A los pocos días mi abuelo estaba de vuelta en su casa, ya superada la crisis cardiaca. Ni que decir tiene que mi abuela siempre agradeció la intervención que la «Cara de Dios» había tenido. Y yo que soy de los de «A Dios rogando y con el mazo dando», recuerdo a mis abuelos con una sonrisa en mi cara, y pienso que cuando uno está en un momento crítico de salud en manos de la medicina, cualquier ayuda es bienvenida, incluso la «divina».

Esa maldita ventana abierta… (Picón de Sierra Morena)

Esa maldita ventana abierta Antonio Fco BazaHay recuerdos que se te quedan marcados desde la más tierna infancia y ya no te sueltan en toda tu vida. A mí me sucede esto con una maldita ventana abierta por la mañana temprano en pleno frío invernal. Yo nací y me crié en el bastetano barrio de las Sierras. En Baza sabemos que de clima mediterráneo tenemos poco, que aquí solo hay dos estaciones, la del frío y la del calor, ambas llevadas a la exageración Y no sabría decir si hace unos años hacía más frío que ahora, pero en mi casa sí que nos lo parecía. También es cierto que hoy día los hogares suelen tener más medios de calefacción, mientras que en mi familia teníamos entonces que apañarnos con la lumbre a base de palos de olivo en la cocina y con el brasero en la salita de ascuas y picón. Inolvidable aquello de «Picón de Sierra Morena, el que calienta y no quema» que voceaba por las calles del barrio un señor mayor desde su furgoneta. ¿Que calienta y no quema?  ¿Que no quema? Vaya si quemaba, que una vez metí la mano y vaya tela…. Dos semanas con la mano vendada por quemaduras. Ahí comencé a comprender lo de la publicidad engañosa.

Pues resulta que mis hermanos y yo dormíamos en literas en una habitación que daba paso al cuarto de baño de la casa. Y en las gélidas mañanas de invierno, aún todo oscuro sin amanecer, nos despertaba una sensación de frío atroz proveniente de dicho aseo. Y así, durante toda la semana de lunes a sábado. Ni que decir tiene que no nos hacía falta despertador para levantarnos para ir al cole. El caso es que mi padre, albañil toda su vida, solía trabajar fuera, en El Romeral, La Puebla, Águilas, Calabardina, o donde le mandaran. Se levantaba bien temprano y tenía la puñetera costumbre de abrir la ventana del cuarto de baño para comprobar que climatología le esperaba y prepararse para la nieve, la niebla o lo que le fuese a acompañar en su ruta. Y nunca volvía a cerrar  la ventana. Ante el dilema que se me planteaba como hermano mayor de seguir calentito en la cama o levantarme para cerrar la venta una vez que el frío nos despertaba, lo cierto es que unas veces ganó una opción y otras, la otra.

Han pasado  los años y ahora soy yo el que me veo obligado a salir de Baza para ir a trabajar cada mañana. Suerte la mía de tener trabajo en estos tiempos del paro en los que vivimos, aunque meterse desde temprano en carretera tiene su aquel. Y en esta época en la que, para bien o para mal, comienzo a reconocer en mí manías de mi padre, me sigo sorprendiendo al abrir la ventana del cuarto de baño para comprobar qué tiempo hace … pero siempre siempre siempre dejo la ventana cerrada.

La Leyenda de la Fuente del Alcrebite

La Leyenda de la Fuente del Alcrebite

 

Fuente del Alcrebite

-“Ay abuelo,¿ otra vez? Jo, no quiero ir a la fuente del huevo, que huele muy mal”, decía el nieto conforme tomaban el desvío al camino desde la carretera de Benamaurel

-“Del Alcrebite, se llama Fuente del Alcrebite, ya que proviene de la palabra árabe “al quibrit” que significa azufre”, corrigió el abuelo, “Pues que sepas que su agua es muy buena para la salud; además, no es para tanto, si apenas huele ya ¡cuando yo era niño sí que olía fuerte!”

-“Vale, vale abuelo. ¿Me puedes contar otra vez la leyenda que me contaste el otro día?”

-“Claro que sí, estaba deseando que me lo pidieras”

Esta historia me la contó mi abuelo, como antes se la había contado su abuelo, y mucho antes lo había hecho el abuelo de éste, que había nacido en un cortijo cercano a la fuente.

Cuenta la leyenda que a finales del siglo XIII vivía en Baza una mujer llamada Baasima. Si la vida era dura en la ciudad en aquella época, mucho más complicada resultaba para esta mujer, que había tenido la desgracia de quedarse viuda con un hijo pequeño a su cargo. Ella era una mujer luchadora y trabajadora, digna representante de su tierra, que sobrevivía gracias a los animales que criaba en su casa y las pequeñas labores agrarias que realizaba en las huertas que rodeaban la ciudad.

Su hijo, que había nacido con una salud muy frágil, comenzó a empeorar día tras día. Las fiebres, las toses, los vómitos y los desfallecimientos se hacían cada vez más habituales, sin que de nada sirvieran los brebajes y ungüentos que le preparaban las viejas del barrio. Baasima acudió a pedir ayuda al Cadí de la ciudad. Gran error, los poderosos rara vez ayudan si no sacan a su vez algún tipo de beneficio. Así sucedió: la autoridad municipal ignoró al hijo y tan solo propuso a la madre que entrara a formar parte de su harén. Ella lo rechazó. Desesperada, fue hasta la cueva de Zakiyaa, que tenía fama de ser hechicera y por ello vivía marginada y despreciada por todos. Baasima, con lágrimas inundándole los ojos, imploró la ayuda de la bruja para salvar a su hijo. «Estaba esperando que vinieras a verme», dijo Zakiyaa, «Conozco el mal que tiene tu hijo y sé como curarlo. Hace falta que me ayudes a preparar la medicina».

Necesitaba algo que era un artículo de lujo en esos días, huevos de codorniz, y la madre sabía donde encontrarlos. Baasima se apresuró en llegar hasta un paraje de las afueras, en la que había trabajado semanas atrás, y logró los anhelados huevos. Pero la fatalidad se cebó con ella. El Cadí, despechado por la negativa de la que había sido objeto, mandó a sus secuaces para que le dieran una lección que nunca olvidara. La mujer, al verse rodeada, corrió con todas sus fuerzas, aunque no consiguió huir: el disparo de un arcabuz la hizo desplomarse cual hendida por el rayo. Baasima quedó tendida sobre un charco de sangre, de huevos rotos y del azufre de la pólvora del arcabuz. Antes de perder el conocimiento consiguió ver fugazmente la llegada de una sombra. Se trataba de la hechicera Zakiyaa, que logró hacer huir a los malhechores. En ese momento se produjo gran resplandor y bajo su cuerpo comenzó a brotar un manantial de agua cristalina. Las ganas de vivir y de curar a su hijo obraron el milagro. La hechicera le dió a beber el agua y, mágicamente, sanó sus heridas. Otro tanto ocurrió con el hijo que, tras ingerir el líquido elemento, gozó de una magnífica salud durante toda su vida.

En el lugar de donde comenzó a manar el agua construyeron una fuente, que siglos después seguimos conociendo como la Fuente del Alcrebite. En cuanto al Cadí de la ciudad y sus secuaces, murieron entre terrible dolores de barriga unos días después de lo ocurrido; el médico dictaminó que fue debido a una intoxicación alimentaria, aunque son muchos los que sospecha que algo tuvo que ver el ritual que les dedicó Zakiyaa la hechicera.

© Esta «Leyenda de la Fuente del Alcrebite» es un texto inédito de Antonio Francisco Martínez

La Dama de Baza está triste

Antonio Fco con Dama de Baza MAN Madrid 2017Dicen que la Dama de Baza está triste ¿Qué le pasa a la Dama de Baza? Dicen que está perdiendo sus colores, su brillo, su magia histórica. ¿Qué le sucede a la Dama de Baza? Dicen que ha aguantado estoicamente  46 años encerrada en una urna de cristal en una tierra que no es la suya, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, y a la que llevaron tras un traicionero expolio, pero que ya no puede más. Nunca le han molestado, todo lo contrario, los turistas de todas partes del mundo que han desfilado ante ella, aunque siempre ha pensado que esos mismos viajeros podrían visitarla igualmente en el bastetano Cerro del Santuario, donde fue dada a la tierra hace 2500 años mediante una magnífico rito funerario.

Dicen que la Dama ha resistido su cautiverio con el único consuelo de las visitas que le han ido haciendo paisanos de Baza y comarcas cercanas. Hasta que ayer por la tarde ocurrió algo extraordinario: una niña pequeña le decía llorando a sus padres: “La Dama está muy triste y sola. ¿Por qué no la sacan de aquí y la devuelven a nuestra tierra? Tenemos el museo nuevo, mucho chulo para que vuelva”. La íbera efigie quedó conmovida. Muchas, demasiadas escenas parecidas había vivido durante estas más de cuatro décadas. Peticiones, protestas, quejas, reclamaciones que siempre quedaban en nada ante la cerrazón de unos gobernantes que se negaban a considerar el sentimiento de todo un pueblo. Esa misma noche pidió un deseo a la mayor superluna que se recuerda, única en siglos, cuya luz entraba por una de las claraboyas del MAN, acariciándola con ternura. Y la luna se lo concedió.

Dicen que la Dama está ahora vagando por las cercanías de la estación de Atocha, con sus ropajes de gran señora y su corazón lleno de ilusión, esperando la llegada de un tren que la devuelva a Baza.

Antonio Fco. Martínez.  Baza

La leyenda de la Fuente San Juan

 

Leyenda Fuente San Juan Baza

Cuenta la leyenda que en la Baza del siglo XIV, siendo caudillo de la ciudad Omar Ben Ayar, hubo una preciosa historia de amor entre una musulmana, Fátima, y un cristiano, Juan. Ella vivía en la Medina, en el seno de una poderosa familia de mercaderes; él pertenecía a una modesta familia de herreros del arrabal de Churra. Era una relación clandestina dado que las familias de ambos se oponían a la misma, y a pesar de las enormes trabas que les ponían, cada noche Juan acudía bajo la ventana de Fátima a recitarle poemas que él mismo componía en su mente. Todo se precipitó cuando la familia de ella decidió desposarla con un importante guerrero de Granada y enviarla a la ciudad de la Alhambra. A primera hora de la fría noche previa al día señalado para la marcha, ambos jóvenes amantes consiguieron escaparse, huyendo hacía una zona abrupta de las afueras. La oscuridad, lo complicado del terreno helado y las prisas por no caer en manos de sus perseguidores, hizo que cayeran en una cueva profunda y que quedaran ambos muy malheridos por la caída. Imposibilitados para moverse y ateridos por el frío se abrazaron resignados a ser capturados de un momento a otro. Sin embargo, nadie llegó. Con el paso de las horas, debido a los terribles daños de la caída, el intenso frío y la alta humedad, Fátima se desvaneció. Juan creyó a su amada muerta, no respondía a sus estímulos, no respiraba, y por eso él también se sintió morir; en su último aliento de vida originó dos lágrimas de amor verdadero: una fue a parar sobre los labios de Fátima; la otra cayó al suelo y dio origen a una fuente natural en la profundidad de aquella cueva. La joven despertó de improviso renacida por el influjo mágico de la lágrima, bebió agua de aquel improvisado manantial y descubrió el cuerpo sin vida de su amor. De sus entrañas brotó el llanto de su corazón roto, el grito más descorazonador de la historia de la Humanidad. Ese lamento fue escuchado por unos pastores que habían salido al alba con su ganado. Fátima fue rescatada y no pasó un solo día de su larga y fructífera vida en el que no fuese a visitar a su amado, bebiendo agua en aquel paraje que siglos después conocemos como Fuente de San Juan.

Dicen los viejos del lugar que en los años duros de sequía, cuando la fuente parece secarse, ha podido verse a una pareja de jóvenes trepando por los riscos agarrados de la mano y con un cántaro de agua para verterlo en la más profunda de sus cuevas. De este modo la Fuente San Juan nunca se secará del todo, como muestra de su amor eterno.

La leyenda del fantasma de la estación de tren de Baza

Nieve en la antigua estación de tren de Baza AAFCB

Una chica joven vestida de blanco se aparece en la ventana de la esquina superior derecha de la antigua estación bastetana, tan solo los días en los que nieva sobre la estación. Cuentan que Baza permaneció en el bando republicano en la Guerra Civil Española prácticamente hasta el final de la guerra. Iniciado el año 1939, hubo un intento desesperado de ofensiva desde esta zona, para lo cual llegó a Baza el mítico capitán Izaguirre, que se instaló en las dependencias de la estación de ferrocarril. Durante su estancia aquí, la hija del jefe de estación y el militar vivieron una apasionada historia de amor, hasta el punto de que decidieron casarse. El día previsto para la boda se produjo un ataque del bando nacional, de tales proporciones que obligó a una retirada total de los militares fieles a la República. En la estación de ferrocarril, con el tren a punto de salir, el capitán Izaguirre esperaba a pie de vagón a su prometida vestida de novia. Pero ella nunca llegó a coger aquel tren. Le atravesó el corazón una bala perdida disparada por la avanzadilla nacional, en el momento en el que se asomaba a la ventana para decirle a su prometido que la esperara. Las gotas de sangre de la novia se unieron a sus lágrimas por saberse muerta, y la mezcla se diluía entre la copiosa nevada que azotaba la ciudad. El capitán dejó el tren y fue en busca de su amada, pero fue acribillado de manera inmisericorde por sus enemigos. Consiguió llegar bajo la ventana y ella, en su último suspiro de vida, se arrojó desde arriba para caer junto a su amado, muriendo ambos abrazados.

Desde entonces, cuentan que los días de nevada intensa puede verse a la novia vestida de blanco mirando desde la ventana, alzando sus brazos a modo de plegaria inútil para cambiar su fatal destino.

***Esta leyenda se encuenta recogida en la novela «No LLegarás a Cascamorras», de Antonio Fco. Martínez.

Kilométrico Amor

CuentaKilometros

Hay relaciones de amor que se miden en función de los años que dura la pareja,  otras en los hijos e hijas que tienen en común  a lo largo del tiempo  juntos, e incluso las hay que lo hacen en base a los bienes que consiguen durante su convivencia. La nuestra fue especial hasta en ese particular: una relación medida en número de kilómetros.

Nos conocimos en el concesionario de coches. Era la época de la burbuja inmobiliaria, eran los años locos en los que las entidades bancarias daban el dinero que se les pedía y mucho más, como si no hubiera un mañana. Pisos, chalets, coches, etc… todo estaba al alcance, el dinero corría, había crédito de sobra. El sueño duró poco, la burbuja se pinchó, el grifo del crédito se cerró, llegaron los embargos y desahucios, pero esa es otra historia.

El caso es que el vendedor de coches, bendito celestino, nos citó para decidir quién se adjudicaba el último Volkswagen Golf TDI Full Equip de color rojo que les quedaba, y que ambos habíamos pedido. No nos conocíamos de nada, pero el chispazo eléctrico que nos sacudió a ambos al rozarnos para entrar en la oficina fue premonitorio de la más bonita historia de amor que hubiésemos podido imaginar. Ese día tú ganaste el sorteo, sin embargo la suerte fue mía puesto que acabé la jornada con novia y coche nuevos.

Los primeros mil kilómetros los hicimos en una escapada romántica hacia Lloret de Mar. Tú no conocías la Costa Brava y yo me pasé cinco años allí trabajando de camarero en bares de la zona. Las calas de Boadella y de Rajols fueron testigos del inicio de nuestro amor.

El cuentakilómetros marcó 23.527 en el preciso instante en el que llegamos a tu piso para llevar allí mis pertenencias ¡Por fin íbamos a vivir juntos!

Poco tardamos en aumentar nuestra pequeña unidad familiar. «¿Hijos? No por Dios», ambos lo teníamos claro. Zasca, un gran labrador inglés de color negro, fue testigo del paso del kilómetro 44.444 al 44.445 cuando lo recogimos en la sede de la asociación protectora de perros abandonados.

La cifra mágica de 100.000 kilómetros en nuestro Golf rojo tuvo como marco de excepción la parisina plaza de Trocadero. Nuestros labios unidos en la parte más alta de la torre Eiffel marcaron la cima de una historia de amor perfecta. «Te quiero infinito» me dijiste mientras una estrella fugaz iluminaba el Campo de Marte bajo nuestros pies. Tú eras la tinta y yo la pluma, escribiendo juntos la novela de nuestras vidas.

La primera orden de embargo nos llegó a los 121.758, coincidiendo con una mala racha. Yo sin trabajo el último año y medio, tu dando clases particulares de Física y Química a cada vez menos alumnos. Las desgracias nunca vienen solas: nuestras discusiones fueron en aumento, al mismo ritmo que los avisos del banco por los impagos de las letras del coche.

Hoy estamos en la puerta del concesionario, sentados en el coche cuyas llaves estás a punto de entregar. Acabo de sacar todas mis pertenencias y doscientos cincuenta gramos de corazón, para ponerlos en la acera. 131.313 es la última cifra que ha relampagueado en el salpicadero.

«¿Por qué?», pregunto mirándote a los ojos.
Tú respondes con la mirada fija en el horizonte «Ay amor, me he cansado de las novelas; ahora prefiero los microrrelatos».

Ajuste de cuentas en el Desert Palms

Aquí sigo. Ha acabado todo hace siglos y yo sigo debajo de este destartalado sillón pajizo sin que nadie me haya hecho puñetero caso. No es que la decoración «cutre» de este motel de carretera de mala muerte invite precisamente a recrearse con el mobiliario existente, pero ¿al menos un vistazo aquí abajo, no?Desert Palms Motel

Os contaré lo que ha sucedido. Al filo de la media noche, cuando el reloj de cuco del pasillo acababa de dar la señal sonora inequívoca de las once y media, llegamos la pareja y yo al escondite de costumbre. Ella era Brisa, la bailarina pelirroja del club «Desert Palms», con  los cuarenta años pasados, se podía decir que no era guapa, pero sí muy atractiva y con unas curvas de infarto. Él era Maxi, músico cubano del mismo club, un veinteañero mulato con el cuerpo musculoso y el rostro más bello que había salido del «lagarto verde» en las últimas décadas.

Ambos formaban una pareja de estafadores de primera categoría, especializados en robar a personas de edad avanzada, hombres y mujeres. Él o ella seducía a la víctima, le hacía creer que le interesaba «pasar a mayores», le acompañaba a su domicilio para desvalijarlo y, en el momento en el que la cosa se ponía «caliente», aparecer el otro de la pareja para montar una dramática obra de teatro, con celos, despecho y muerte, aprovechando una bolsa de sangre falsa y la pistola de fogueo que siempre les acompañaba.

– Ay mi amoool, que bien ha estao hoy mi Brisa, corasón-

– Tú sí que has estado de premio Oscar, Maxi, cariño. Tu entrada en el dormitorio, con esa cara de loco y pistola en mano, es que me ha asustado hasta a mí. Y anda que al viejo Sócrates, a puntito ha estado de darle un infarto-

– Qué pinga con el vejestorio, se sacó la rifa del guanajo. Y tú mi amol que bueno que te moriste esta vez. Por cierto, buena jugada repetir con el Sócrates un año más tarde. Yo tenía dudas, pero no se ha acordao de ná, y le hemos podido limpiar la plata y los diamantes que dejamos olvidaos la otra vez-

– ¿De qué se iba a acordar si está chocheando? Venga, dejémonos de cháchara, saca los diamantes y tráetelos pa la cama, que te voy a dar «lo tuyo»-

Maxi sacó los diamantes que iban dentro de uno de mis bolsillos con cremallera y se dirigió a la cama, momento en el que ambos cayeron como fulminados como por un rayo, explotando la bolsa de sangre que Maxi llevaba en el pantalón y disparándose la pistola que Brisa iba a colocar en el cajón de la mesilla de noche.

El disparo alertó a los dueños del motel, que avisaron a la policía. Al llegar ésta, los inspectores no tuvieron duda de lo ocurrido. Dos personas ensangrentadas sobre la cama, una pistola y diamantes esparcidos por el suelo. No había duda: crimen pasional, pelea que había acabado mal para los dos.

A ningún policía se le ocurrió mirar debajo del sillón pajizo para encontrarme a mí, la funda de instrumentos que la pareja solía usar para sus fechorías y en la que el viejo Sócrates había escondido una cápsula de gas nervioso letal (que se activó al coger las joyas) y que no dejó ningún rastro tras acabar «ipso facto» con ambos bribones.

La Dama pa Baza

Madrid. 28 de Febrero de 2017. Doce horas del medio día. Primera planta del Museo Arqueológico Nacional. La Policía Nacional investiga la misteriosa desaparición de la Dama de Baza, joya única del arte íbero (siglo IV antes de Cristo). Para ello toma declaración a tres testigos presentes en el lugar de autos.la-dama-pa-baza-hazte-la-foto

El primero en declarar es el Señor Amarillo. Es uno de los ordenanzas del Museo, que lleva más de veinte años en dicho puesto. Afirma que jamás ha conocido un suceso semejante a lo largo de su extensa trayectoria laboral. Narra que esta mañana, sobre las nueve y media horas, cuando hacía la ronda habitual previa a la apertura de puertas, ha descubierto con horror que la urna que albergaba a la Dama de Baza estaba vacía. No había ningún desperfecto ni en la urna ni en ninguna otra zona o pieza. Le parece una barbaridad este robo y cree, con el mismo, se hace un gran daño a la cultura del país; es por ello que pide que las fuerzas de seguridad del Estado pongan todos los medios a su alcance para dar con los ladrones y devolver esta figura al lugar donde debe estar.

A continuación se toma testimonio a la Señora Azul. Ella es una estudiante de Arte que esta mañana ha ido temprano al Museo con el fin de hacer un dibujo de la famosa escultura íbera. Ha notado mucho jaleo entre el personal de la institución, voces y movimientos impulsivos de acá para allá,  e incluso se ha encontrado acordonada la zona a la que se dirigía. No ha hecho caso, se ha adentrado en el espacio dedicado a “Protohistoria” y ha llegado hasta la urna vacía donde se suponía que debía de estarla Dama. Le ha sorprendido encontrar en la base de dicho receptáculo una pegatina con el lema “La Dama pa Baza”. Para ella ha supuesto un fastidio no poder ver lo que esperaba, pero afirma que la fascinación que siente por dicha escultura es tal, que irá donde sea que esté con el fin de poder dibujarla.

El último en declarar es el Señor Verde. Es un turista llegado desde la provincia de Granada que quería aprovechar sus vacaciones en la capital de España para visitar a su popular “paisana”. Considera que muchas de las piezas que hay en los grandes museos de Europa (National Gallery, Louvre, el propio MAN) corresponden a expolios en sus lugares de origen, respondiendo a una visión colonial del mundo. Afirma su sorpresa al subir a esa primera planta y comprobar que no estaba la escultura íbera, pero confía que aparezca para ser llevada a su tierra de origen. El Señor Verde se ha puesto colorado cuando los policías le han avisado que se le había caído de su chaqueta un papel. Afortunadamente los agentes no han visto el contenido del mismo: Resguardo del Trastero de la Calle Serrano de Madrid. Pieza tapada de unos mil quinientos kilos, que ha sido introducida con dificultad en el trastero. Tiempo de alquiler indefinido.